viernes, 25 de febrero de 2011

Cuando el tribunal dictó sentencia, solo pensé: “Jamás te enamores de un abogado”. Y así empezó todo. Salimos y abriste el paraguas “para que no se estropee tu bonito peinado”. Mi derrota ante ti ya estaba escrita. Deformación profesional, siempre defendiendo hábilmente tus causas perdidas, acabaría perdiendo mi verdadero juicio. Sería solo como una letrada de oficio a tu lado, un monaguillo inerme y curioso fisgoneando en la sacristía. Pronto te amaría. Nos desearíamos, y aún sin quererlo, enterraríamos tempranamente la sardina, ocultando nuestros vicios en la arena. Demasiado intenso, demasiado corto. Un interrogatorio cruel de mis miedos. Conseguiste mi libertad, cuando se proclamó mi inocencia. Y luego, me la arrebataste, condenándome precipitadamente en la cárcel de tus tenues mentiras.






M.

1 comentario: